Ponencia originalmente compartida en el marco
del Congreso de Escritores “100 años
de Gabriela Mistral en Magallanes”, celebrado en Punta Arenas en octubre del
2018.
INTRODUCCIÓN
Lo
que podríamos denominar “literatura magallánica” –esto es, aquella ambigua
clasificación que incluye textos ficcionales gestados en estos parajes, o bien,
vinculados de algún quebradizo, a veces casi imperceptible y emotivo modo al
territorio austral- constituye un caso singularísimo dentro del fecundo
panorama chileno. Sea por la tardía y ambigua incorporación de Magallanes al
territorio nacional, o por sus particularidades históricas, socioculturales o
incluso geográficas, el diálogo de su novel literatura con la tradición ha sido
anacrónico y se ha ido concretando a ritmo errático. Desde su génesis ha sido
una literatura insular, fronteriza y dispersa que ha procurado desplazarse,
casi a ciegas, por los derroteros de la finis
terrae, en un limbo geográfico y metafísico de milenario pero vulnerable
equilibrio, que visto desde fuera aún hoy debe resultar de un exotismo
pavoroso.
Desde el Siglo XVI hasta bien entrado
el Siglo XX proliferaron cronistas que con variada pluma, talento y artificio
esbozaron luces y sombras de una geografía impenetrable y mítica. Desde
navegantes y conquistadores hasta apátridas aventureros o sacerdotes en afán
evangelizador, se contaron por decenas los hombres y mujeres que, con mayor o
menor oficio, registraron aspectos del paisaje y la vida austral. Bitácoras de
viaje, relaciones históricas, descripciones antropológicas, zoológicas o
botánicas, simples apuntes o diarios de vida fueron las primeras señas
textuales de una región supeditada por un espíritu telúrico totalizador y
amenazante del cual resultaba imposible desentenderse.
Desde las sofisticadas narraciones
cosmológicas y míticas de los pueblos originarios hasta Pigafetta y las
fantasiosas prosopografías de indios patagones de sobrenatural envergadura
deambulando las costas australes, o desde autores como Lucas Bridge, Lady
Florence Dixie, Arthur Button[2] o Alberto
D`Agostini hasta el adolescente que en este preciso momento comparte
embrionarios poemas en facebook; así se han ido entramando las bases para un
imaginario austral que es particularísimo y aún se manifiesta ávido de
esoterismo y fecunda fabulación. Se trata de un acercamiento verbal a lo
impenetrable; nombrar lo innominado tantas veces hasta creer, falsamente, que
el misterio se revela, o que su indómita y quimérica osamenta se desnuda para
su disección y entendimiento. Es la tradición literaria magallánica, en lo
substancial, una poética territorial que contrapone la nimiedad de la
experiencia vital humana con la vastedad de un paisaje inasible, omnipresente y
despiadado.
POETIZACIÓN DEL TERRITORIO AUSTRAL
En ese contexto, la creación
poética magallánica ha estado desde sus inicios
estrechamente ligada al vinculo entre el ser humano y un contexto
natural especialmente agreste, pero de una belleza sobrecogedora. Sin embargo,
la sobreexplotación del tópico muy pronto consolidó una tendencia paisajística
monocromática y de estrechos alcances que aún hoy resulta nociva para buena
parte de la literatura austral. Hasta las postrimerías del Siglo XX muy poco se
escribió que no recurriera a la infructuosa descripción laudatoria del paisaje
y el hombre blanco colonizador, accediendo escasamente a niveles de mayor hondura
y significación. A dicho motivo le secundarían de manera esporádica otros que
responden a materias clásicas de cualquier tradición poética universal, como la
experiencia amatoria, la reflexión ante la muerte, la nostalgia y la soledad.
Pero un espectro tan limitado, inevitablemente iría construyendo un panorama
predecible, de escaso impacto e interés.
Para el escritor Alejandro Lavquén (2001):
“la literatura magallánica evolucionó, en una
primera etapa, de la mano del paisajismo y costumbrismo, influida por el
dominio social de estancieros y la burguesía de la región. Recién en los años
ochenta, durante el siglo XX, los escritores magallánicos comenzaron a
desarrollar su oficio de manera distinta, provocando un cambio sustancial en el
estilo, pero sobre todo en la temática con respecto de lo que se había escrito
hasta aquella década.”[3]
Hablamos pues, de una poesía que por lustros se limitó a
la idealización del paisaje y el estilo de vida patagónico, o en su defecto, a
sentimentalismos de escasa trascendencia, lejos de atisbos de problematización
que pudieran sugerir nuevos derroteros a nivel intelectual o emocional. No es
de extrañar entonces el nulo acercamiento crítico a la conflictiva y tardía
incorporación político-administrativa de la región al territorio nacional, al
dinamismo de las corrientes inmigratorias, a la difusa identidad austral o el
genocidio de los pueblos originarios, tema que recién hacia finales de los
ochenta –y tal vez como alegoría el contexto político de entonces- comenzó a
recibir un tratamiento pertinente, en las antípodas de la triste explotación
del motivo étnico que hoy hace la industria turística, muchas veces incapaz de
distinguir un Selk´nam de un Kaweskar[4].
Desde el punto de vista estilístico, estas primeras manifestaciones
de poesía magallánica –que tristemente aún hacen eco en abundante producción
actual- se caracterizaron por un culto a formatos que podríamos llamar
clásicos, con un alto predominio de la rima y casi nulo interés por asimilar
las tendencias de vanguardia que invadieran el globo desde los albores del
Siglo XX. Fue, en forma y fondo, una poesía de escuela grimaldiana, un acercamiento al imaginario patagónico rayano en la
parodia, con escuetos materiales para la reflexión tras su retórica evasiva y
conservadora, naturalmente dada al panfleto oficialista y la efeméride. Lo
sintetiza radicalmente Christian Formoso en una entrevista: “Toda la poesía magallánica es reciente y
actual”[5].
ROLANDO CÁRDENAS: HACIA UNA NUEVA “MAGALLANIDAD”
Tuvo que irrumpir Rolando
Cárdenas y su “Tránsito Breve” para
situar el territorio magallánico en la cartografía de la gran lírica nacional.
Por vez primera, el acercamiento “ser humano/naturaleza austral” adquiere una
lectura metafísica, acorde a esa tierra que “nos habita”, comprometiendo el
sentido mismo de nuestro periplo vital en tan hermética geografía.
El “retorno al
lugar de la infancia” que consignara Teillier como pilar de una óptica
contraria al sentido universalista y cosmopolita que primara hacia mitad del siglo
pasado, implica la restauración del territorio, la recuperación del sentido
mítico de antaño y una nueva lectura de la experiencia histórica de las pueblos
rurales. La poética de Cárdenas recoge dichos materiales e instala con mesura y
oficio un nuevo sentido de magallanidad,
un larismo anómalo mediante los sinos de una cultura, una historia y un paisaje
que se trenzan hasta dar con una nueva subjetividad austral.
Mucho del sentido originario del arraigo teillieriano – en lo inmediato, la
tripartita frontera de una Araucanía chilena, colonial y mapuche, o más atrás,
Francia, Burdeos, la migración de los abuelos, etc.- reverbera en la
experiencia del hombre y la mujer austral. Se repiten los espacios fronterizos
(naturales más que políticos: fiordos, canales y montañas) y los influjos
migratorios, e irrumpen idénticas amenazas (el consumo, la transculturización,
el despojo de los paisajes primigenios) y el anhelo de una misma utopía:
regresar a una época de mayor simpleza y claridad moral. Lo que para autores
precedentes fue una tarjeta postal de tono pastoril, en la poética de Cárdenas
es un todo telúrico y humanizador, indescifrable en su primitiva dimensión.
Así, y partir de su más elemental materialidad (tierra, mar, islas, cumbres),
el territorio se vuelve profundamente metafísico, y a partir de esa condición
Magallanes adquiere, por fin, una vastedad acorde a su naturaleza y su devenir
histórico. Es un momento germinal.
LOS OCHENTA: PROPUESTAS INAUGURALES
La consolidación poética del territorio austral,
entonces, llegará a través de propuestas escriturales de autores cada vez más
jóvenes, en una cruzada silenciosa, paulatina pero sistemática, que en sus
albores incluiría nombres de inevitable evocación, como Marino Muñoz Lagos,
Silvestre Fugellie o Roque Esteban Scarpa, y que en la década de los ochenta
ampliaría de manera radical y contundente su espectro discursivo y estético
gracias a nombres de gran audacia, como Aristóteles España, María Cristina
Ursic, Ramón Díaz Eterovic, Juan Pablo Riveros o Astrid Fugellie. Problemáticas
como la incomunicación, el desamparo social, las incertidumbres existenciales
del sujeto posmoderno, la urbanidad y sus contradictorias señas de pertenencia,
el sentido de arraigo, la irrupción de perspectivas de género o los coletazos
de una dictadura militar que desfallecía para dar paso a una democracia que
ofrecía libertad y justicia sólo “en la
medida de lo posible”, y que convertiría el milagro chileno en una de las economías con más desigual
distribución de las riquezas de todo el orbe: todos estos temas, con naturales
matices autorales, sustentan trabajos de creciente impacto y calidad gestados
en un contexto paradojal, restringido por el contexto dictatorial, pero al
mismo tiempo de una efervescencia creciente reflejada en encuentros, movimiento
editorial y notoriedad comunicacional.
LOS NOVENTA: RUPTURA Y CONTINUIDAD
Ese es el panorama que da la bienvenida a la década de
los noventa, cuyas primeras novedades llegan de la mano de las primeras publicaciones[6]
de autores hoy consagrados, como Pavel Oyarzún, Oscar Barrientos y Christian
Formoso. Es, evidentemente, un contexto transitivo desde un enfoque literario y
sociopolítico, que allanaría un camino, que si bien aún conserva mucho de su
ripioso carácter original, hemos transitado –como mayor o menor éxito- muchos
autores posteriores.
Es un periodo de áspero realismo que pone en evidencia
las urgencias de una generación por hallar nuevas vías de expresión y lenguajes
que respondan a los requerimientos discursivos de un territorio doblemente
herido: por el terror, pero también por su impunidad y la inminencia de su
retorno. He allí las periódicas reminiscencias de nuestra historia –regional,
nacional y continental-; la karmática reiteración de patrones de sometimiento,
como hilan las poéticas de España, Riveros, Oyarzún y Formoso: ¿Cuánto falta para
que un nuevo grupo humano sea confinado en Dawson por motivos étnicos,
ideológicos o sociales? Hay pues, una latencia de lo cíclico.
Pero también hay espacio para el errático neón de las
calles australes. “Mi interés se
concentra en una Patagonia urbana, con ciber café, con schoperias, con tristeza
y euforia”[7],
afirma Barrientos, haciendo eco de un Magallanes cosmopolita, contradictorio y
en constante transformación, en el que conviven aspectos de innegable arraigo y
tradición (el paisaje, el aislamiento, la cultura rural, colonizadora o
chilota) con otros muy propios de los tiempos actuales (las nuevas corrientes
de inmigración, la tecnología o la globalización).
De igual modo, los procesos de mundialización acercan propuestas ligadas a los
medios masivos de comunicación y la cultura pop, abriendo con timidez pero
perseverancia un nuevo pasadizo por donde transita abundante poesía magallánica
actual. Las referencias ya no están necesariamente en el paisaje o el folclor
local, sino también en el cine blockbuster,
en la música rock, las artes plásticas, el comic o la televisión, explorando
temáticas de alcance universal a través de re-significaciones propias a la
experiencia personal. Es un periodo que además posibilita la visibilización de
poetas nacidos en Puerto Natales -Hugo Vera Miranda, Marcela Muñoz, Pedro
Paredes-, fenómeno que expande una visión regional hasta ese entonces casi
excluyentemente circunscrita a Punta Arenas.
Es también la década de la Antología insurgente[8],
totémico trabajo de Pavel Oyarzún y Juan Magal[9]
que, además de congregar interesantes textos de un amplio abanico de autores
más bien noveles, aporta quizá por vez primera un esfuerzo teórico serio y
documentado para entender el devenir de la creación lírica en la región,
origen, evolución y proyecciones. Es una referencia fundacional, que pese a la
necesidad de una actualización, aún conserva vigencia e interés.
La llegada del nuevo milenio
es la desmitificación definitiva. No nos limitamos a referir el desplome de la
utopía democrática de una nación que se fagocita a sí misma ante la impavidez
de los suyos. Hablamos también de un tiempo donde la única certeza parece ser
el escepticismo o la fe a medias en un patriotismo vergonzoso que halló local
respuesta en un regionalismo por momentos igual de trasnochado.
En ese contexto, la producción literaria regional ha estado
marcada por varios fenómenos de sabor agridulce. El primero de ellos, la
consagración de autores icónicos de dilatada y sostenida trayectoria -en lo
estrictamente escritural y en su rol de gestores culturales-. Oyarzún,
Barrientos y Formoso han consolidado obras personalísimas de indiscutible
impacto, con alcances que traspasan las fronteras del territorio austral,
dejando atrás una arraigada tendencia al ensimismamiento provincial e
incorporándose al flujo editorial “oficial”, con gran repercusión crítica.
Textos como El Cementerio más hermoso de
Chile de Formoso, o la narrativa de predominancia histórico-social de
Oyarzún[11],
o la naviera fantástica, alucinatoria y paródica de Barrientos[12]
–ambas, de innegable ADN lírico- han incorporado novedosas capas al entramado
ficcional magallánico, propiciando nuevas –y a veces ácidas, críticas,
desgarradas- lecturas de la idiosincrasia local, alejándose de la discursividad
oficial y desmitificando la anacrónica épica de una región que, al menos en lo
cardinal, hace rato corrompió su primigenia aura.
Por otro lado, se asoman nuevos autores con trabajos de
interés, voces propias y abundancia de registros escriturales y discursivos. Se
visibilizan a principios de siglo nombres como Niki Kuscevic, Cristian Soto,
Alberto Aguilar, Reimundo Nenen, Patricia Ojeda, Mark Strauss y Claudia
Aguilar, y más recientemente otros como Robin Vega, Carolina Yankovic, Rodrigo
Mimiza, Pablo Cifuentes y Mariana
Camelio, entre otra gente. La irrupción paulatina pero sistemática de estos y
otros nombres -en su mayoría poetas, pero entre ellos también algunos
narradores- augura buenas nuevas para una escenario regional que crece en
calidad y heterogeneidad, y que instala estimulantes e incluso disruptivas
señas discursivas que en buena hora tensionan un panorama por momentos
demasiado aclimatado a la parsimonia.
Sin embargo, muchas de las carencias
o amenazas de antaño parecen aún profunda, tristemente arraigadas al trabajo
actual. Pienso, por ejemplo, en el escaso
flujo editorial local y la ausencia de catálogos diversos, pluralistas y de
calidad. Pienso en la necesidad de aglutinar un panorama que por razones
diversas –geográficas, informativas o etarias- tiende a la dispersión, o en la
pertinencia de publicaciones especializadas o la recuperación de espacios de
difusión y afán pedagógico, como fuera el “Suplemento
Literario” de La Prensa Austral [13].
La actual gestión de la Sociedad de Escritores de Magallanes ha realizado
significativos avances en muchas de estas materias, pero al margen de su
encomiable gestión, somos los propios gestores ligados al mundo literario
quienes muchas veces carecemos de ímpetu, solidaridad o espíritu proactivo.
También sería adecuado poner sobre la mesa las
orientaciones de la Feria del Libro Dinko
Pavlov[14],
cuyo impacto y convocatoria ha quedado en entredicho, sobretodo tras sus
últimas ediciones. Es necesario replantear su estructura y logística, pero
sobretodo su espíritu, pues se trata del gran -y casi excluyente- momento de
encuentro regional en torno al libro y la lectura, y es preocupante el escaso
protagonismo que la literatura magallánica tiene en su programación, o el
decreciente impacto a nivel comunitario que suscita buena parte de su oferta de
actividades.
Tampoco puedo dejar de nombrar la decepcionante Antología poética de ayer y hoy en
Magallanes[15],
compendio desprolijo y arbitrario –en el sentido más despótico del término-
que evidenció la escasa rigurosidad y el estrecho abanico de nombres con que
trabajó la extinta Editorial Municipal de Punta Arenas, que más allá de algunos
específicos aciertos fue incapaz de pulir su función curatorial, cimentando un
catalogo irrelevante y antojadizo. Si se aboga por profesionalizar el trabajo
literario a nivel local, resulta esencial comprender que las arbitrariedades, la
ocupación poco democrática de los espacios, los delirios de grandeza o los excesivos
afanes de figuración -que tantas veces nublan iniciativas en teoría
alentadoras- son prácticas dañinas que evidencian, más que altruistas y
laboriosos acercamientos al mundo literario, desmedidas aspiraciones de validación
social.
CONCLUSIONES
Por mientras, desde esta terra incognita aún se cartografía el gélido desplazamiento de los
témpanos y los cetáceos eléctricos que le habitan. Cuando clarea divisamos, a
lo lejos, apócrifos parajes que nos recuerdan espejismo que creímos en edad
previa a la historia, y desde otro espejismo llamado escritura trazamos nombres
para abreviar su distancia y su dolor. Aún hay, desde el epicentro de este
terreno improbable, una paz que lucha por
trizarse, una anomalía y una osamenta, o al final, una bandera que el 18 flamea
al revés del viento recordando un limbo que llamamos patria, y que también es, a
pesar de todo, un espejismo.
NOTAS
[1] Enrique Lihn, “Cementerio
en Punta Arenas”.
[2] Inmigrante británico arribado a Última Esperanza en
1905. Escribió variadas crónicas sobre el paisaje, mitología y estilo de vida
patagónico, las que permanecieron inéditas hasta finales del Siglo XX.
[3] http://www.g80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=13715
[4] Es lo que pasa, por ejemplo, en el café Kaweskar de Puerto Natales. En su
gráfica publicitaria solo figuran Selk`nam con las ornamentas propias de la
ceremonia iniciática del Hain.
[6] Óscar Barrientos publica Espada y taberna en 1988, Pavel Oyarzún La cacería en 1989 y Christian Formoso Escrituras en 1993, junto al colectivo
La Orden.
[7] http://letras.mysite.com/obar081213.html
[8] http://letras.mysite.com/al021111.html
[9] Poeta y narrador de Punta Arenas. Publicó La lira amordazada (1988) y La perra del vecino y otros cuentos (1993).
[10] A propósito de un poema de Pavel Oyarzún (1993).
[11] El paso del
Diablo (2004), San Román de la
Llanura (2006) y Barragán (2009)
[12] El viento es un país que se fue (2009), Quimera
de nariz larga (2011), Carabela portuguesa (2013)
y Dos ataúdes (2018,
como parte del recopilatorio Saratoga).
[13] Separata que circuló desde 1982 hasta 1991.
[15] El año 2016, siendo el octavo título de la editorial.