iconografía de portada


Un aspecto relevante en el armado del libro "Trapalanda" y su consideración artística como objeto afín al contenido, fue indiscutiblemente el diseño de su portada y todos los aspectos gráficos relacionados, entre otros, la contraportada y la folletería promocional.

Los elementos utilizados para dicho fin fueron pocos, apostando por una sencillez casi minimalista: un indígena, una máscara antigases, un guanaco y una ruma de cráneos humanos. Una vez definido el concepto, la ejecución corrió por cuenta de Eladio Godoy Vera, quién plasmó dichas imágenes en 2 pinturas realizadas con óleo y acrílico en bloc entelado de 30 x 20 centímetros. Finalmente, se realizó el procesamiento de dicho trabajo en Photoshop, a fin de transformarlo a monocromo y superponer al fondo texturado rojo, seleccionado con anterioridad.

La imagen del indígena fue descubierta en la web Corpus Somnium,y según reza su leyenda explicativa, muestra a un Kon o chamán Selk´nam, cuya misión al interior de la comunidad era orientar a los cazadores y curar enfermedades. Recibían su poder de los espíritus de los "chamanes" muertos, quienes se les aparecían en sueños. La fotografía, por cierto, fue tomada por el padre Alberto María de Agostini hacia 1915 en la Isla Grande de Tierra del Fuego. Su elección tuvo que ver con el dramatismo de la pose y la profunda carga simbólica de esas manos en señal de rendición.

  La fotografía original del Kon.

El óleo original de Eladio Godoy Vera: el Kon y su máscara antigases
Un primer tratamiento digital de la imagen.


trapalanda en "el pingüino"

el diario El Pingüino del jueves 26 de diciembre dio importante cobertura
a la ceremonia de lanzamiento de "Trapalanda".

ceremonia de lanzamiento "trapalanda"


Algunas visuales de la ceremonia de lanzamiento de mi libro "Trapalanda", el pasado sábado 21 de diciembre en el salón de eventos Cormorán de las Rocas, en Puerto Natales. Presentó el poemario el amigo poeta Niki Kuscevic Ramírez ("Cadáver Lírico", "Estudio de una Imagen" y "Metalengüajes sobre el Fantasma del Faro Evangelistas", entre otras obras). El número musical estuvo a cargo de Patricio Frías (alías Joey Selknam), quien deleitó a los numerosos asistentes con una suite de new age, sonidos étnicos y rock. No está de más decirlo: la actividad resultó preciosa en su sencillez y significado. Simplemente, gracias.


La presentación.
La intervención del poeta Niki Kuscevic
La música de Patricio Frías
Panorámica del público asistente
Otros ángulos
Una breve lectura de textos.
Reunión de amigos. De izquierda a derecha:
Patricio Frías, Niki Kuscevic, el autor y Eladio Godoy Vera.
Los primeros ejemplares de Trapalanda.



folletería promocional


Uno de los principales recursos de difusión para el proyecto "Trapalanda" ha sido la distribución de folletería gratuita, específicamente dípticos promocionales diseñados en la misma línea iconográfica de la portada.

la portada del díptico es un fotomontaje sobre un óleo
de motivo étnico original de Eladio Godoy Vera.

En el interior se incluyó una imagen de data inexacta, extraída
desde los anales del Museo de Historia Natural de Bruselas.

Finalmente, se incorporaron algunos datos duros de la
publicación, y también una miniatura del motivo principal
del libro



banner lanzamiento



Sábado 21 de diciembre. Salón de eventos Cormorán de las Rocas,
Puerto Natales. Entrada liberada.



"trapalanda": algunos apuntes preliminares


De todas las narraciones fantásticas que conforman el imaginario austral, siempre he sentido especial fascinación por Trapalanda -la Ciudad de los Césares-, aquella leyenda que habla de una ciudad utópica edificada con oro y plata en algún inaccesible lugar del territorio patagónico, y dónde conviven en total y longeva armonía indígenas (patagones o incas) y conquistadores (probablemente españoles) al margen de toda contingencia, sin atisbos de violencia o enfermedad alguna.

Al hacer memoria, puedo recordar que desde mi adolescencia no han cambiado los motivos de tal fascinación. En primer lugar, su parangón con leyendas de otras latitudes (El Dorado y Paititi en los alrededores de la Amazonía, y aún más lejos, Cíbola, Lemuria o incluso la Atlántida), lo que acaba configurando un tópico universal –el de la ciudad soñada- que aún hoy dista de ser simplemente una anacronía. Y en segundo lugar, su rol como contraparte de la historia oficial, su imagen ideal contrapuesta a la barbarie conquistadora. En palabras de Alfredo Joselyn-Holt, Trapalanda es “una pauta ideal de lo que sería la felicidad”, en cuanto proyecta alegóricamente un encuentro diferente entre dos civilizaciones –el Primer Mundo de los conquistadores y el Nuevo Mundo de los pueblos precolombinos-, la reescritura en clave de las ferocidades históricas que hicieron que aún bien entrado el Siglo XX se pagara una libra por cabeza de indio, una ucronía altamente esperanzadora de la cual es loable asirse, incluso hoy.

Sin embargo, lo que más me atrae de Trapalanda (que etimológicamente hablando significa “tierra de las trampas”) es la manera en que confluyen en su raíz nebulosas repletas de ambigüedad y mecanismos que la instalan en un limbo donde realidad histórica y ficción ancestral se retuercen y amalgaman hasta crear un imaginario híbrido, un correlato imposible desde el punto de vista de la rigurosidad y empirismo propios del Siglo XXI, mas igualmente inabarcable desde una perspectiva exclusivamente mitológica. Es Trapalanda -en su más visceral estructura-, una delirante fantasía, y a la vez, una indiscutible realidad, marcada a fuego en los anales de Fuego Patagonia desde centenarios tiempos. Y es que se contaron por cientos los idealistas que perecieron buscando la ciudad, convirtiéndose en mártires de una quimera tan cierta como etérea, y se inventariaron por miles los documentos oficiales -de antigua y más reciente data- explicando con mayor o menor detalle las particularidades de la ciudad en cuanto a su ubicación, arquitectura y vida cultural en general. Para muchos historiadores de los siglos XVII y XVIII –entre otros, Diego de Rosales, autor del texto Historia General del Reino de Chile-, es Trapalanda la primera ciudad en fundarse en nuestro país, y a su vez, la primera piedra de una patria en ciernes cuya cronología futura –siempre incierta- procurará las mismas ambigüedades, idénticas dicotomías, maravillas y horrores pugnando su larga geografía. 

Pienso que aún hoy, cuando los misterios del mundo parecen poca cosa y nos pavoneamos de múltiples certezas (todas muy relativas), proliferan con aún más fuerzas los idearios que testifican a través de sus múltiples lecturas, aquel tan humano afán por construir, al menos en la conciencia colectiva, un lugar mejor donde vivir.

Dice Oreste Plath que “según la leyenda, sólo al fin del mundo se hará visible la fantástica ciudad; se desencantará, por lo cual nadie debe tratar de romper (antes) su secreto”. Y de esa trágica sentencia y su destino hablarán –en gran medida- estos poemas.




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Incaicos polizontes de Gaia,
como cruzando el Estrecho de Bering
se les iba el resuello,
con la oreja en castellano musitando
la épica fiel del remanso,
los atavíos en seda del rumiante invasor
y su barroca vulgaridad.


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Yo, tan delictual y omnívoro,
narciso umbilical del Tahuantinsuyo
y la Tierra del Fuego,
un Ian Curtis de neopreno y flema,
marcado a fuego por manicure
y atroz pelaje;
yo sé lo que es preñar por la boca
culturas y prepucios muertos,
pulsear la vida de cana en cana
soleando el plebeyito cucharón,
la amalgama dócil,
la Sodoma y fiel punzada.


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A Stravinski la consagración de la primavera
en huiros, tiza y adoquín;
los machimbres del orfeón rocoso
y las melodías de sonámbulas y putas,
la eyaculadora inmundicia
del aceite humano
en nadador y atavío imbunche.


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Amalgamado al Sanedrín
y hecho añicos en la brizna
del silencio
enterneciendo mis lobos,
torpe Nazareno mío.
Yo también quiero un madero
para clavar al óxido mis huesos
y desde ciertas cumbres
ponerme de cabeza
a machacar la tierra.


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mi cuerpo todo es una herida por dónde nunca pasó dios.


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Y sólo al final
otros huesos me sirvieron
para urdir estas tristes líneas,
salándome sin falta
la llaga rosa
desde la que ahora hablo.