Publicación: Ensayos sobre un paisaje en retirada


Ensayos sobre un paisaje en retirada
de Miguel Eduardo Bórquez.
 Ediciones Casa de Barro. Colección de poesía El Aromo.
Edición de Cristian Cruz.
80 páginas.







Entrevista en el diario El Insular de Chiloé. Por Carlos Trujillo


1. Describe brevemente lo que es y ha sido tu trabajo como poeta.

Mi trabajo escritural actual está enfocado en una anti-épica, en un redescubrimiento del territorio austral a través de una constante problematización personal y colectiva de lo que significa habitar un espacio donde la desmesura tensa a diario los límites entre lo real y lo ficticio. Ese ejercicio lo entiendo como una búsqueda intelectual más que emocional, que exige problematizar la vieja idea postal de lo que es vivir en el fin del mundo, y que por años fue –y en parte sigue siendo- el germen de casi toda la producción literaria magallánica.

2. Cuenta cómo te iniciaste en la escritura. ¿Cuándo y cómo empezó a gustarte?

Siendo niño mis inquietudes creativas iban por el lado de la pintura y el cómic, y no recuerdo muy bien qué circunstancias me hicieron decantar por la escritura. Supongo que la temprana lectura de Jack London, Julio Verne y Daniel Defoe fue incubando una inquietud literaria que adquiriría mayor notoriedad años más tarde, cuando siendo un quinceañero descubrí a Neruda y Huidobro, primeros poetas que en su momento asimilé como voces próximas y dialogantes. En ese periplo la biblioteca pública de Puerto Natales cumplió un rol clave, pues en una época previa a la masificación de internet me permitió acceder a un catalogo muy ecléctico de poesía chilena y universal, propiciando además un momento determinante de mi formación literaria, como fue el hallazgo de Muertes y maravillas de Jorge Teillier, autor que se convertiría en ineludible referencia para todo lo que escribí en aquellos años.

3. ¿De qué manera ha afectado la pandemia tu vida normal y tu trabajo creativo?

El impacto ha sido grande. Soy profesor de aula de Lenguaje y Comunicación, y desde ese rol he tenido que hacer frente a desafíos metodológicos, técnicos y emocionales muchas veces difíciles de manejar. Además, Natales es una ciudad que está siendo golpeada fuerte y tardíamente por la pandemia, con una cuarentena extensa y muchas incertidumbres en cuanto a la continuidad de la actividad turística, que es una de las principales actividades productivas a nivel comunal. Si a eso sumamos la normalización de un estado policial y restrictivo, el panorama no es para nada alentador. En lo estrictamente personal, vivir a las afueras de la ciudad me ha permitido sobrellevar la cuarentena con mayores libertades y en contacto con la naturaleza, lo que por supuesto es un pequeño gran privilegio, pero el costo ha sido un escaso contacto social a nivel presencial que ya se extiende por casi diez meses. En toda esa vorágine la voluntad creativa a veces escasea, pero también se hace más imperativo hallar nuevas razones para perseverar.

4. Describe cómo son tus días en este tiempo de coronavirus. ¿Escribes, no escribes? ¿Lees, qué lees, a qué hora?

Dedico buena parte de mi tiempo y energía a planificar y dictar clases online, lo que resulta bastante agotador. Sin embargo, estoy avanzando a paso lento en una versión corregida de mi libro Trapalanda, del 2013, y paralelamente doy forma a un nuevo texto llamado Escoriales de la Última Esperanza, con el que me adjudiqué una beca de creación del Fondo del Libro y la Lectura. Por tratarse de un compromiso con fondos involucrados, me he visto obligado -y en buena hora- a organizar mis tiempos y avanzar en su escritura, en un ejercicio que me permite canalizar casi en tiempo real ciertas ideas a propósito del contexto pandémico, social y político de hoy.

5. ¿Crees que cambiará algo el ambiente y el desarrollo de la actividad literaria en el sur de Chile cuando volvamos a la normalidad? ¿De qué manera?

De seguro ciertas modalidades de interacción remota llegaron para quedarse, pero no me atrevo a anticipar si aquello será beneficioso y abrirá nuevas vías de comunicación y difusión para el quehacer literario de provincias, o por el contrario, acabará siendo una extensión de las mismas viejas prácticas centralistas y enfocadas en la circulación de discursos hegemónicos. Quiero creer que algo bueno resultará de todo esto, pero al mismo tiempo me inquieta que la “nueva normalidad” sea una distopía que nos haga más distantes y egoístas, o que la vida virtual reemplace con nuestro beneplácito a la experiencia presencial.

6. ¿Qué lecturas/autores has retomado? ¿Qué aconsejarías leer en estos días?

Estos meses he estado leyendo de forma muy dispersa. Palmeras invisibles de Francisco Ide, Ennuigi de Josh Millard y La performance de volverse humano de Daniel Borzutzky son algunos títulos que vienen a mi memoria. También estoy releyendo Guaitecas de Jorge Velásquez, Cabo de Hornos de Coloane y La nueva novela de Juan Luis Martínez.

Finalmente, recomendaría tres libros para entrar en diálogo con el mundo austral: El museo de la bruma de Galo Ghigliotto, Isla Riesco de Mariana Camelio Vezzani y WWM, lo más reciente de Christian Formoso.


IV Congreso de escritores "Pueblos abandonados"

 



La literatura escrita en provincia y lejos del centro de poder de nuestro país es el tema en torno al cual se realizará el IV Congreso de Escritores “Pueblos abandonados”, organizado por el colectivo del mismo nombre y que, por primera vez, se realizará en modo virtual desde Punta Arenas.

El evento se realizará durante los días 25, 26 y 27 de marzo, y está organizado por la Red Patagonia Cultural, que agrupa a las Universidades de Magallanes, Los Lagos y de Aysén, con el apoyo del Espacio Cultural “La Idea”.

Uno de los organizadores del encuentro, el escritor y académico de la Universidad de Magallanes (Umag), Oscar Barrientos, declara como objetivo de este congreso el ayudar a restablecer el lazo que los escritores tienen no sólo con su territorio, sino también con su paisaje social. “En tiempos donde el país está tratando de forjar un destino, se requiere el rol crítico de la literatura como un registro de nuestra subjetividad, de manera particular cuando emana de esos espacios castigados por la mirada unilateral del centralismo. En este congreso, nos encontraremos con reflexiones y lecturas que aportarán a redescubrir y enriquecer lo que se produce en lugares distantes”, explicó.

El colectivo “Pueblos abandonados” se formó en 2009, como una iniciativa de escritores del Litoral Central, el Maule, el Norte, Chiloé y la Patagonia.  Fue constituido, originalmente, por autores como Marcelo Mellado, Mario Verdugo, Oscar Barrientos Bradasic, Daniel Rojas Pachas, Cristóbal Gaete, Claudio Maldonado, Rosabetty Muñoz, Cristián Geisse y Cristián Vila Riquelme, entre otros. Realizó encuentros literarios en San Antonio, Valparaíso y Talca. 




Chilean stardust, de Miguel Eduardo Bórquez: este polvo de estrellas a la chilena nos deja temblando. Reseña por Rosabetty Muñoz

 

Reseña originalmente publicada en periódico El Insular de Chiloé


Lo primero es el lenguaje, las palabras se suceden en un ritmo envolvente que va construyendo un cuerpo en contra de las recomendaciones de Huidobro: lo hace a punta de adjetivos. El caudal de imágenes que apenas deja espacio para ir acomodándolas al propio entendimiento, se inicia sin mayúsculas y forma bloques feroces donde se amasan citas de canciones en inglés, fragmentos y personajes de series gringas, de películas, de cultura pop muy contemporánea. Hay páginas que lucen un solo verso. Otras que contienen una cita en inglés. Otras vociferan en negrita, la necesidad de clavar en la página las formas creativas de la luz. O se despliegan versos, líneas de entrecortada recopilación de horrores / dolores. Toda esta exploración en 85 páginas ¿Para decir qué? La fragilidad de la biología, la violencia antigua que se ha anidado en el territorio no sólo geográfico, sino mental.

La voz lírica es femenina. En ella se contiene —a mi modo de ver— la patria, la poesía, la idea de mujer en una trama cruzada por el erotismo, la violencia, los fluidos de origen, la ocupación sucesiva de los poderes sobre estos organismos que no logran despegarse de un devenir cruel / castigador. Esta voz arrastra residuos de pariciones, de fallidos alumbramientos, de violaciones, muerte y, a la vez, baila sumándose a la trivialidad de la televisión “la locura consagró mi tormento”. En el torbellino, reconocemos crímenes antiguos y algunos recientes; el fuego como tortura, el sexo como una forma de someter y despojar más que como la posibilidad de participar del universo en tanto creación de vida. No hay placer en esta narración poética, se asiste más bien a una fragmentación vertiginosa de un tejido que termina en una bolsa, quemado, amarrado con alambres en una sucesión de imágenes que reconocemos como obra de la reciente dictadura, como si cerráramos diciendo que nuestra huella en el universo (nuestro polvo de estrellas) está signado por las heridas, el horror. Uno podría aventurar que ya entró en ignición este país, esta manera de mirar a las mujeres, esta poesía y que lo siguiente será seguir viéndolas con un brillo a costa de estar ya, muertas.


colapsar los ápices de la evidencia, el caparazón de la oquedad o de un tórax expuesto de par en par tras la transparencia, tras el sofocante quejido de un animal exhausto. incendiar campos de coníferas flotantes, pasar de bosques con delicadas medusas como montañas paleozoicas o estáticos oleajes. merodear el núcleo del cielo con mordiente esperanza hasta caer y romperse, emular el golpe de la caída en el dolor de la caída y con la cabeza en una bolsa de nylon oprimir lo que queda de día o lo que queda de noche, habitar de vuelta la inocencia hasta ver peces koi voladores y asfixiar un poco el miedo

que es más bonito a medida que se agiganta


 

Chilean stardust y la gramática de otro cielo. Reseña de Oscar Barrientos Bradasic.



La aparición de un buen libro de poesía siempre es una noticia feliz, un sorpresivo ademán del transcurrir humano que plantea la permanencia del carácter revelador del lenguaje, a pesar de ese constante naufragio comunicativo que acusaban los dramaturgos del absurdo. Probablemente ese aserto adquiere una doble significación cuando el poeta tiene como lugar de producción los distantes territorios de Última Esperanza (también podría ser Twin Peaks), la apropiación de una geografía tan monumental como intimidante. Eso ocurre con la escritura del magallánico Miguel Bórquez.

Su presencia en nuestra literatura no es nueva. Nos habíamos encontrado como lectores con sus incursiones poéticas en libros Poesía soundtrack (2009) y Trapalanda (2013). Hoy, sale a la luz un nuevo proyecto que ensancha y complejiza su imaginario, que vitaliza su compromiso con la palabra poética. Nos referimos a Chilean stardust (Ediciones del país flotante, 2021)

Es un libro que ante todo apuesta por la poesía como un proceso tan dinámico como la propia conformación del idioma, que se mueve acrobáticamente entre lo inabarcable y lo minimalista, entre el uso deliberado del verso en el sentido más clásico del término y la configuración de lo prosaico, entre la idea de viaje conceptual y las secretos hilos metálicos en los cuáles el idiolecto sustenta sus más desgarradores paradigmas. Allí viven, en palabras del poeta “la envergadura del amor”, “la lacra milagrera” o lo que puede resultar más elocuente, “la gramática de otro cielo”. En ocasiones, da la sensación que la cuerda tensa del lenguaje arroja un sonido que es de este mundo y que por lo tanto humaniza e historiza aún más sus versos: “por qué papá le partía las costillas a mamá/ si en nochebuena cantaba ella/ singladuras antiquísimas de dolor y rabia,/ por qué al niñito Jesús del rouge/ en mi orificio lo limpiaban si venía/ salpicando sangre/ con sus breves muñones en lugar de manos”.

Si bien el país que vive en sus líneas es aquella carga de violencia y coerción que legitima la costumbre siempre heredada y domesticada por los conservadurismos, el hablante de estos textos no teme apostar por el dialecto, por los demonizados sustratos del devenir histórico. La dictadura no es solo el triunfo de la perversión, sino también es la madre de ese imbunche llamado democracia de los acuerdos. El poeta despliega esa dimensión atronadora donde el lenguaje parece reivindicarse con la historia y luego estalla en la cotidianidad del castigo, aquella que sustenta femicidios, torturas y opresiones “entonces jugaron a besarme en la boca y no quise,/ mis adentros dije nunca no/ y por eso mi cuerpo malherido lo arrastraron/ para escarmentarlo,/ para serme colgada un inútil balbuceo/ fraguando mis demonios/ en querosén y tecnicolor”.

¿Qué es nuestra chilenidad sino un polvo de estrellas? Es decir una constante fragmentación que no logra dilucidar su ambición hegemónica y que en su dispersión se lleva también la resaca de todo lo sufrido. El libro de Miguel Bórquez justamente explora esa dimensión donde la purificación de un lenguaje homérico y total se desgrana ante lo aspectual, ante la urgente particularidad de un territorio donde lo meridional entrega una mirada diferente.

Creemos con firmeza que Miguel Bórquez es un poeta de enorme factura, en plenitud de sus recursos y del cual esperamos, en el futuro, libros tan estremecedores como el que hemos comentado.



«Chilean Stardust»: Una intensa y maciza aventura literaria. Reseña por Juan Mihovilovich


El poemario del autor chileno Miguel Eduardo Bórquez (Ediciones del País Flotante, 2021) es un texto que se ha atrevido a desmenuzar sin tapujos la propuesta del “ser mujer” hoy en día, desde una perspectiva valiente y desprejuiciada.

Reseña originalmente publicada en la web Cine y Literatura


“Si una mujer quiere ser poeta/ debe dormir cerca de la luna a cara abierta/ 
debe caminar a través de sí misma estudiando el paisaje/ 
no debe escribir sus poemas con sangre menstrual».
Erica Jong, en Los mandamientos

¿Qué expresa Chilean Stardust en este relevante legajo poético? ¿Es de veras ese “polvo de estrellas” que nos hace mirar hacia arriba teniendo presente este abajo? ¿Es una invocación cósmica que se desgarra por dentro de un universo femenino malogrado, desahuciado casi siempre, esperanzado a veces?  ¿O será, además, una excelsa manifestación del sentimiento?

Miguel Bórquez (Puerto Natales, 1985) intenta reconstruir los hilos de una madeja desperdigada por encima de un territorio conocido, pero no por eso menos abyecto y deplorable: el espacio femenino nutrido del dolor de existir domeñado por ese depredador, consciente o no, que instituye el verbo masculino.

Las ideas y las pesadillas van entonces sugiriendo un entramado que no desea quedar a ras del suelo, que no pretende sucumbir ante la delgada línea que sustenta lo real de lo imaginario. El mundo de los hombres es opresivo y castrador. Pero Bórquez no se queda en el “diletantismo” socorrido y reiterado para ganar adeptos(as). Su propuesta excede la palabra fácil, el conformismo útil, el quedar bien porque sí.

Hay en estos versos medio inclasificables un llamado de atención que no se basta a sí mismo. Ese clamor muy bien trazado, que desde adentro reafirma una condición y la eleva a la categoría de ser y de existir por sobre todo:

… /o mis proletarias vertebras como mapas trazando la envergadura del amor/. (pág.  43)

O bien,

…/emular el golpe de la caída en el dolor de la caída y con la cabeza en una bolsa de nylon oprimir lo que queda del día o lo que queda de noche, habitar de vuelta la inocencia para ver peces koi voladores y asfixiar un poco el miedo/… que es más bonito a medida que se agiganta… (pág. 45)

 
Existe luego, un hábil diseño de contrastes: lo terrenal es un espacio sufrido que apunta a lo estelar. Sus coordenadas son subsumidas en una geografía femenina que se yergue desde el espanto. No hay sitios donde el dolor del parto sea pasajero. Su anhelo está circunscrito a ese vuelo sofocado y asfixiante que procura impedirlo a menudo. Pero es apenas una batalla. Y que, con todo, o a pesar del todo, sobrevive…y gana:

…/corazón a corazón como una tumba abierta al amor aquí narrado o como una supernova rezagando hacia adentro las cólicas estrías de su hundimiento. Naciste par inmolarte o para combustionar espontáneamente, y de durar duraste demasiado…aún otros abrasaran su rabia a la aciaga quimera que en el fondo es no morir…/ (pág. 55)

 
En este diálogo convocante —porque esta es una poesía narrada que invita— los textos se desparraman como una alegoría que nos incita a estar atentos. Hay versos, es cierto. Y hay prosa poética que se despliega como un manto sutil y envolvente, una especie de remolino que juega con las imágenes visuales al modo de flashbacks que remueven certeras la masculina huida de conciencia:

…/cuando papá la molía entera ella me llamaba —flema verdosa, querida avidez— y buscaba yo en el suelo del baño sus dientes para servir desde allí la hinchazón de su matriz…/ (pág. 71)


Si Miguel Eduardo Bórquez quiso o procuró zambullirse en el corazón femenino desprovisto de salvataje, lo ha conseguido con creces. Y lo ha hecho a sabiendas del riesgo de asumir su propia autobiografía, las eventuales relaciones de pareja descritas entre líneas, la información ampliada en sus límites estrechos desde un entorno femenino más real que presumido.

En suma, se ha atrevido a desmenuzar sin tapujos la propuesta del “ser mujer” hoy en día desde una perspectiva desprejuiciada y valiente.

Un mérito innegable —entre muchos otros— para adentrarnos en esta intensa y maciza aventura literaria.


***

Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes. Entre sus obras destacan las novelas Útero (Zuramerica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior). De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.


Miguel Eduardo Bórquez (Puerto Natales, 1985) es escritor y profesor de lenguaje y comunicación. Ha publicado los libros de poesía Chilean Stardust (2021) y Trapalanda (2013), y figura en las antologías Lluvia de poesía sobre Milán (Colectivo Casa Grande, 2018) y Felices escrituras (Editorial Casa de Barro, 2019).


 

tres poemas



sobre una fotografía de aoiike de shikama

Yo voy al encuentro de los árboles 
y fotografío aquel árbol que me llama.
Es como ir al encuentro de un maestro.
Takeshi Shikama

 

es como si el alma de los árboles se esfumara
desde sus roídos troncos
porque el invierno rechaza su colorido vigor
o como si sus ramajes fueran los brazos 
en sepia de mis futuros muertos 
-padres hermanos e hijos-
los brazos de una presencia inasible 
que se agiganta a medida que se abrevia
omitiendo la luz de lo que es
la fotosíntesis de su natural reflejo 
desde un limbo suave 
donde estar o no estar
significan sin querer lo mismo


 

ayayema: cetáceos nucleares por krakenes de plomo (fragmentos)

como en fitzcarraldo una minga de aborígenes con los genitales pixelados emplaza con gran dificultad un faro en mitad del bosque. la oscuridad es creciente, la ignición nocturna de su flora y fauna despliega vahos que opacan el perímetro pausando la expansión de sus reflejos. sólo un estado de lucidez total permite dejar de entender los objetos y seres que le rodean. vaciar el paisaje de cualquier referencia altera el punto de vista de quien lo contempla hasta atisbarlo igual en cualquier ubicación. aparecer y desaparecer son matices de un mismo procedimiento estético. en primavera los zorzales se estrellan contra la ventana, en otoño se vuelven invisibles o anidan en espacios imposibles de rastrear. su ausencia es como el silencio que precede al llanto de un árbol recién nacido. el faro enciende sus neones para verlos en un bosque devastado por la turbiedad, encandece en ráfagas intempestivas que esfuman con lentitud a los ahorcados de primaveras pasadas. la desproporción de su mortuoria performance lo abstrae de otras agrestes y vanas experiencias



girl, you'll be a woman soon (fragmentos)

infieles inviernos te han desteñido el pulso y la lengua, la noctámbula plagiaria mueca cuya ceniza fermentas desde los vértices de una patria steampunk codificada en sueños húmedos y cíclicas clarividencias que se extinguen o avivan según criterios imposibles de narrar sin caer en el autoengaño. cae la noche y en las afueras de la city las parejas tiran sobre mantas cuadrillé, lxs empaques del supermercado fuman cripy y lxs suicidas se cuelgan de árboles como el que ahora observas pensando por qué desde chica vienes tan proclive al llanto. las luces de la copec, los autos y los semáforos desde lejos parecen ilusiones ópticas, su contemplación prolongada propicia estados alterados de conciencia. las cosas que amas las conoces por su ausencia, por las coordenadas de una rabia que se enraíza con fuerza a tus más remotas osamentas hasta volverte macabra y llorar de tan poquita cosa entre la gente

con una especie de infección en tu boca



Textos originalmente publicados en la revista Saber sin fin
 

los recién nacidos de fukushima sueñan que el sistema solar también es un espejismo


divagar al revés de lo histérico semejando en su cascarón de marfil la belleza primera del átomo, del resplandor tras desgarrarse la finitud de su manantial áureo y asir la tierra con maternal ilusión. a lo lejos una observación estática desde el parabrisas y un alto en la ruta para comer un sándwich y emocionarse con la bandera y los coironales, y desde allí alucinar coloridas e intransitables autopistas. todos los días arde una porción del amazonas, se seca un cordón lacustre en marruecos o se derrite un glaciar en groenlandia; hay criaturas acorraladas por un daño multifactorial y obsceno que no enmiendan los viejos hipocampos del tiempo, pequeñas proezas humanas que se adhieren a la ficción de apellidos, hogares y países que no perdurarán más que en ciertos soportes análogos. por eso se recopilan con afán antropológico miles de cintas de video con escenas distorsionadas y elípticas de bautizos, primeras comuniones o paseos al campo con tonos blanquecinos y motivos montañosos: todas son iguales, todas narran sin saberlo la novela patria. hay unos escolares vertiendo el mercurio de un termómetro en sus labios antes del primer beso y un cordón umbilical anónimo enterrado en cada quinta junto a perros y gatos muertos. para sobrellevar tanta mierda una dosis dominical de urbanidad y aleatoria lascivia, para cautelar lo normal y perpetuar lo auto flagelante precisando un eco convergente sin raíz ni esperanza. de amo a vasallo las instantáneas de la pacificación de chile, su ecléctica flora y fauna y los paisajes del sur –fiordos, estepas y lodazales- resplandeciendo borrosos rayos gamma y restos cutáneos que otros acabarán llamando casa. los pirómanos vuelven a deambular el suburbio para incendiar autos por la noche mientras las familias planifican un pulmay de viernes santo. el tiempo es un síntoma pero la enfermedad es otra. no hay más naturaleza, ya no hay fotosíntesis secante para el mar. la ecología primaria de los herbívoros que pastorean polietilenos declina, los refrigeradores y plasmas se apilan aleatoriamente hasta moldear un mamarracho que llaman chernóbil, que antes lo llamaban chile



ya no puedo escribir la envergadura del paisaje

cuál yacer que nombras pasado el terror de este burdo found footage que ahora transcribes, la nocturna cadencia del deseo atómico devastando tu cuerpo como un iceberg compactado bajo la tierra. ya no hay nada en lo que eres, ya no hay sentido en lo que haces. has llegado hasta aquí como cualquier mamífero menor trasladado por el azar y lo sabes, lo piensas como el moribundo piensa ajena su infancia viendo como una retroexcavadora descubre cuerpos al parecer humanos en el patio del colegio. tu mundo interior vale mierda y el fascismo es un yugo atroz que aún te pesa, que aún doblega tu frágil espalda y te rompe. habrá un relato más común? podría imaginarse una vida más ordinaria?

***

pero la rotura a veces es parcial y tras ella sueñas algo que podría ser un gulag o el patio de una cárcel en chile o europa del este. es una visual opiácea que avanzas y retrocedes al mismo tiempo, entrando y saliendo de un vasto perímetro donde ves púas rojeando sangre de otros que no te importan y un apilamiento de cuerpos que te resulta familiar pero no perturbador. habitas la inminencia de la muerte como una simple frivolidad. a veces dentro de ése sueño sueñas que los cuerpos no son cuerpos sino hortalizas y que es tuyo el trabajo de quitar las babosas e insectos que les dañan. el verdor y la humedad de ese nivel onírico contrasta con la aridez del estado anterior y lo compensa, pero es una sensación breve y engañosa. vuelves a tu primer trabajo, que es arrancar tapaduras de oro e incinerar huesos. a veces despiertas a medias sintiéndote enfermo y asqueado. otras veces no despiertas, aunque en el sueño quieras creer que si

***

tampoco comprendes cómo se empieza a morir, por eso blasfemar y jurar te da lo mismo. piensas la lluvia de amoníaco como la antesala al desborde de una paz irreal y sombría cuya perpetuidad no podría sino enfermarte como enfermabas cuando niño, cuando afiebrado faltabas al colegio y delirabas algo creciéndote adentro, un alien, tumor o cuerpo extraño que en cualquier momento te destrozaría el tórax para infestar la casa. cuando te sentías mejor replicabas en cuadernos bocetos de monstruosas entidades biomecánicas y de noche soñabas la nostromo estrellada a mitad del bosque mientras un liquidador toca claro de luna en theremín (instrumento que conociste en esos sueños y no antes). cómo no desvariar con tanta mierda? algo irreal te crecía en las entrañas y lo sentías, una especie de fetus in fetus en que lo otrote jalaba desde un sistema nervioso brusco y atrofiado. y siempre así hasta hoy: ciencia ficción en latencia, alarmas de una tercera guerra mundial y señales como de fétidas crisálidas rajándose

***

hay interferencias en el vocabulario que traducen por ti las rapiñas del chernóbil americano. es aleatorio su aritmético armazón que solo exhibe limitadas dimensiones del error que ves. entre la región subántartica que habitas y el polo hay japonesesarponeando cetáceos (firmaste una causa en charge.org para frenarlos) y un isla de electrodomésticos y chatarra informática que ya es tan grande como un país. eso es lo que ves cuando quieres ver y preguntarte cuántos tiempos hay en el tiempo que te sobra. tanta nigromancia, tanta autocompasión y mierda new age para ocultar que a dónde ibas –después de todo- ya no llegaste


fijar aquí la fotosíntesis del cielo

piensa los pequeños o gigantes signos cancerígenos que hay –o podría haber- en los osos y otros cuadrúpedos mayores del soviet, en los pudúes y pequeños cérvidos sudamericanos. recapitula sintomatologías y dibuja en croquis especímenes sanos y otros enfermos. reflexiona: cuánta hostilidad o asco sentiste al diferenciarlos? ahora hay un ejemplar de ambos (una especie de holograma o proyección virtual) olfateando el humus o tomando agua en el rio dniéper o el baker, evocando –como todos- su lactancia antes de caer deshechos. supón la fealdad que ostentan como un fuego vertebral y sucio que les abrasa desde los intestinos, como un milagro patógeno que sin decirlo compartes. la naturaleza es una divina arcada.

todavía añoras que lo bello es regresar?

todavía crees que lo anómalo es morir pero fingir que no?


textos originalmente publicados en Letras.mysite.


escoriales de la última esperanza (fragmentos)





1.

a) un papá le enseña a su hijo cómo derribar un árbol y el sonido de su voz resquebraja la quietud del bosque magallánico, retumba desde el golpe una onda expansiva y zigzagueante que perturba lo que podría entenderse como la entrada de un país o de un sueño

b) la corteza del árbol recién derribado posee un color que no puede describirse con palabras

c) la descomposición de los suelos expande los turbales e inclina los árboles hasta domesticarlos, hasta exponer sus raíces al viento y la humedad

d) el leñador y su hijo no imaginan retrotraer la envergadura primitiva del paisaje que destruyen

 

2.

a) antes de que su cabeza explote de presión en las frías aguas patagónicas, un hombre rana se observa a sí mismo desde el fondo marino destellando mareas boreales

b) un salmón con ISA advierte por primera vez la superficie sobre sí; escapa de la jaula de cultivo y siente un cielo en llamas sediento por desovar en él

c) en el fondo marino un dios menguante traduce a silencio los murmullos del polietileno; a veces siente pena de su propia soledad

d) los ahogados de años anteriores son boyas que impiden que cuerpos foráneos entren o salgan de la bahía

 

3.

a) el glaciar que se divisa desde el pueblo retrocede entre cuatro y cinco metros cada año

b) los lugareños apenas se percatan de su retroceso; han aprendido a vivir sin vivir la didáctica de su extravío

c) el hielo en retirada crea nuevos nudos fluviales por donde escurre el agua dulce; la blandura responde sin palabras las preguntas de su cuerpo en retirada

d) los niños creen que dios anida en otra parte el glaciar que vendrá



4.

a) una ballena se acerca a la bahía para sangrar con lag creciente sus estigmas calcáreos; como un geiser se inflama de kril y burbujea en fucsia para que a distancia los niños la vean

b) un niño inuit siente su lengua anestesiada; las palabras que no puede pronunciar son un espejismo para nombrar corrientes que se truncan llenando la tierra de huesos y conchas

c) un niño chileno sueña que crecen tamagotchis como bellotas de los árboles que su papá no alcanzó a cortar

d) el destino para los tres es un estómago vacío, abisal y congelado




Textos originalmente publicados en Letras.mysite.

POÉTICAS MAGALLÁNICAS: “UNA PAZ QUE LUCHA POR TRIZARSE” [1]



Ponencia originalmente compartida en el marco del Congreso de Escritores “100 años de Gabriela Mistral en Magallanes”, celebrado en Punta Arenas en octubre del 2018.

INTRODUCCIÓN

Lo que podríamos denominar “literatura magallánica” –esto es, aquella ambigua clasificación que incluye textos ficcionales gestados en estos parajes, o bien, vinculados de algún quebradizo, a veces casi imperceptible y emotivo modo al territorio austral- constituye un caso singularísimo dentro del fecundo panorama chileno. Sea por la tardía y ambigua incorporación de Magallanes al territorio nacional, o por sus particularidades históricas, socioculturales o incluso geográficas, el diálogo de su novel literatura con la tradición ha sido anacrónico y se ha ido concretando a ritmo errático. Desde su génesis ha sido una literatura insular, fronteriza y dispersa que ha procurado desplazarse, casi a ciegas, por los derroteros de la finis terrae, en un limbo geográfico y metafísico de milenario pero vulnerable equilibrio, que visto desde fuera aún hoy debe resultar de un exotismo pavoroso.

Desde el Siglo XVI hasta bien entrado el Siglo XX proliferaron cronistas que con variada pluma, talento y artificio esbozaron luces y sombras de una geografía impenetrable y mítica. Desde navegantes y conquistadores hasta apátridas aventureros o sacerdotes en afán evangelizador, se contaron por decenas los hombres y mujeres que, con mayor o menor oficio, registraron aspectos del paisaje y la vida austral. Bitácoras de viaje, relaciones históricas, descripciones antropológicas, zoológicas o botánicas, simples apuntes o diarios de vida fueron las primeras señas textuales de una región supeditada por un espíritu telúrico totalizador y amenazante del cual resultaba imposible desentenderse.
           
Desde las sofisticadas narraciones cosmológicas y míticas de los pueblos originarios hasta Pigafetta y las fantasiosas prosopografías de indios patagones de sobrenatural envergadura deambulando las costas australes, o desde autores como Lucas Bridge, Lady Florence Dixie, Arthur Button[2] o Alberto D`Agostini hasta el adolescente que en este preciso momento comparte embrionarios poemas en facebook; así se han ido entramando las bases para un imaginario austral que es particularísimo y aún se manifiesta ávido de esoterismo y fecunda fabulación. Se trata de un acercamiento verbal a lo impenetrable; nombrar lo innominado tantas veces hasta creer, falsamente, que el misterio se revela, o que su indómita y quimérica osamenta se desnuda para su disección y entendimiento. Es la tradición literaria magallánica, en lo substancial, una poética territorial que contrapone la nimiedad de la experiencia vital humana con la vastedad de un paisaje inasible, omnipresente y despiadado.


POETIZACIÓN DEL TERRITORIO AUSTRAL

En ese contexto, la creación poética magallánica ha estado desde sus inicios  estrechamente ligada al vinculo entre el ser humano y un contexto natural especialmente agreste, pero de una belleza sobrecogedora. Sin embargo, la sobreexplotación del tópico muy pronto consolidó una tendencia paisajística monocromática y de estrechos alcances que aún hoy resulta nociva para buena parte de la literatura austral. Hasta las postrimerías del Siglo XX muy poco se escribió que no recurriera a la infructuosa descripción laudatoria del paisaje y el hombre blanco colonizador, accediendo escasamente a niveles de mayor hondura y significación. A dicho motivo le secundarían de manera esporádica otros que responden a materias clásicas de cualquier tradición poética universal, como la experiencia amatoria, la reflexión ante la muerte, la nostalgia y la soledad. Pero un espectro tan limitado, inevitablemente iría construyendo un panorama predecible, de escaso impacto e interés.
           
Para el escritor Alejandro Lavquén  (2001):

la literatura magallánica evolucionó, en una primera etapa, de la mano del paisajismo y costumbrismo, influida por el dominio social de estancieros y la burguesía de la región. Recién en los años ochenta, durante el siglo XX, los escritores magallánicos comenzaron a desarrollar su oficio de manera distinta, provocando un cambio sustancial en el estilo, pero sobre todo en la temática con respecto de lo que se había escrito hasta aquella década.”[3]

Hablamos pues, de una poesía que por lustros se limitó a la idealización del paisaje y el estilo de vida patagónico, o en su defecto, a sentimentalismos de escasa trascendencia, lejos de atisbos de problematización que pudieran sugerir nuevos derroteros a nivel intelectual o emocional. No es de extrañar entonces el nulo acercamiento crítico a la conflictiva y tardía incorporación político-administrativa de la región al territorio nacional, al dinamismo de las corrientes inmigratorias, a la difusa identidad austral o el genocidio de los pueblos originarios, tema que recién hacia finales de los ochenta –y tal vez como alegoría el contexto político de entonces- comenzó a recibir un tratamiento pertinente, en las antípodas de la triste explotación del motivo étnico que hoy hace la industria turística, muchas veces incapaz de distinguir un Selk´nam de un Kaweskar[4]. 

Desde el punto de vista estilístico, estas primeras manifestaciones de poesía magallánica –que tristemente aún hacen eco en abundante producción actual- se caracterizaron por un culto a formatos que podríamos llamar clásicos, con un alto predominio de la rima y casi nulo interés por asimilar las tendencias de vanguardia que invadieran el globo desde los albores del Siglo XX. Fue, en forma y fondo, una poesía de escuela grimaldiana, un acercamiento al imaginario patagónico rayano en la parodia, con escuetos materiales para la reflexión tras su retórica evasiva y conservadora, naturalmente dada al panfleto oficialista y la efeméride. Lo sintetiza radicalmente Christian Formoso en una entrevista: “Toda la poesía magallánica es reciente y actual[5].


ROLANDO CÁRDENAS: HACIA UNA NUEVA “MAGALLANIDAD

Tuvo que irrumpir Rolando Cárdenas y su “Tránsito Breve” para situar el territorio magallánico en la cartografía de la gran lírica nacional. Por vez primera, el acercamiento “ser humano/naturaleza austral” adquiere una lectura metafísica, acorde a esa tierra que “nos habita”, comprometiendo el sentido mismo de nuestro periplo vital en tan hermética geografía.

El “retorno al lugar de la infancia” que consignara Teillier como pilar de una óptica contraria al sentido universalista y cosmopolita que primara hacia mitad del siglo pasado, implica la restauración del territorio, la recuperación del sentido mítico de antaño y una nueva lectura de la experiencia histórica de las pueblos rurales. La poética de Cárdenas recoge dichos materiales e instala con mesura y oficio un nuevo sentido de magallanidad, un larismo anómalo mediante los sinos de una cultura, una historia y un paisaje que se trenzan hasta dar con una nueva subjetividad austral.

Mucho del sentido originario del arraigo teillieriano – en lo inmediato, la tripartita frontera de una Araucanía chilena, colonial y mapuche, o más atrás, Francia, Burdeos, la migración de los abuelos, etc.- reverbera en la experiencia del hombre y la mujer austral. Se repiten los espacios fronterizos (naturales más que políticos: fiordos, canales y montañas) y los influjos migratorios, e irrumpen idénticas amenazas (el consumo, la transculturización, el despojo de los paisajes primigenios) y el anhelo de una misma utopía: regresar a una época de mayor simpleza y claridad moral. Lo que para autores precedentes fue una tarjeta postal de tono pastoril, en la poética de Cárdenas es un todo telúrico y humanizador, indescifrable en su primitiva dimensión. Así, y partir de su más elemental materialidad (tierra, mar, islas, cumbres), el territorio se vuelve profundamente metafísico, y a partir de esa condición Magallanes adquiere, por fin, una vastedad acorde a su naturaleza y su devenir histórico. Es un momento germinal.


LOS OCHENTA: PROPUESTAS INAUGURALES

 La consolidación poética del territorio austral, entonces, llegará a través de propuestas escriturales de autores cada vez más jóvenes, en una cruzada silenciosa, paulatina pero sistemática, que en sus albores incluiría nombres de inevitable evocación, como Marino Muñoz Lagos, Silvestre Fugellie o Roque Esteban Scarpa, y que en la década de los ochenta ampliaría de manera radical y contundente su espectro discursivo y estético gracias a nombres de gran audacia, como Aristóteles España, María Cristina Ursic, Ramón Díaz Eterovic, Juan Pablo Riveros o Astrid Fugellie. Problemáticas como la incomunicación, el desamparo social, las incertidumbres existenciales del sujeto posmoderno, la urbanidad y sus contradictorias señas de pertenencia, el sentido de arraigo, la irrupción de perspectivas de género o los coletazos de una dictadura militar que desfallecía para dar paso a una democracia que ofrecía libertad y justicia sólo “en la medida de lo posible”, y que convertiría el milagro chileno en una de las economías con más desigual distribución de las riquezas de todo el orbe: todos estos temas, con naturales matices autorales, sustentan trabajos de creciente impacto y calidad gestados en un contexto paradojal, restringido por el contexto dictatorial, pero al mismo tiempo de una efervescencia creciente reflejada en encuentros, movimiento editorial y notoriedad comunicacional.

LOS NOVENTA: RUPTURA Y CONTINUIDAD

Ese es el panorama que da la bienvenida a la década de los noventa, cuyas primeras novedades llegan de la mano de las primeras publicaciones[6] de autores hoy consagrados, como Pavel Oyarzún, Oscar Barrientos y Christian Formoso. Es, evidentemente, un contexto transitivo desde un enfoque literario y sociopolítico, que allanaría un camino, que si bien aún conserva mucho de su ripioso carácter original, hemos transitado –como mayor o menor éxito- muchos autores posteriores.

Es un periodo de áspero realismo que pone en evidencia las urgencias de una generación por hallar nuevas vías de expresión y lenguajes que respondan a los requerimientos discursivos de un territorio doblemente herido: por el terror, pero también por su impunidad y la inminencia de su retorno. He allí las periódicas reminiscencias de nuestra historia –regional, nacional y continental-; la karmática reiteración de patrones de sometimiento, como hilan las poéticas de España, Riveros, Oyarzún y Formoso: ¿Cuánto falta para que un nuevo grupo humano sea confinado en Dawson por motivos étnicos, ideológicos o sociales? Hay pues, una latencia de lo cíclico.

Pero también hay espacio para el errático neón de las calles australes. “Mi interés se concentra en una Patagonia urbana, con ciber café, con schoperias, con tristeza y euforia[7], afirma Barrientos, haciendo eco de un Magallanes cosmopolita, contradictorio y en constante transformación, en el que conviven aspectos de innegable arraigo y tradición (el paisaje, el aislamiento, la cultura rural, colonizadora o chilota) con otros muy propios de los tiempos actuales (las nuevas corrientes de inmigración, la tecnología o la globalización). De igual modo, los procesos de mundialización acercan propuestas ligadas a los medios masivos de comunicación y la cultura pop, abriendo con timidez pero perseverancia un nuevo pasadizo por donde transita abundante poesía magallánica actual. Las referencias ya no están necesariamente en el paisaje o el folclor local, sino también en el cine blockbuster, en la música rock, las artes plásticas, el comic o la televisión, explorando temáticas de alcance universal a través de re-significaciones propias a la experiencia personal. Es un periodo que además posibilita la visibilización de poetas nacidos en Puerto Natales -Hugo Vera Miranda, Marcela Muñoz, Pedro Paredes-, fenómeno que expande una visión regional hasta ese entonces casi excluyentemente circunscrita a Punta Arenas.

Es también la década de la Antología insurgente[8], totémico trabajo de Pavel Oyarzún y Juan Magal[9] que, además de congregar interesantes textos de un amplio abanico de autores más bien noveles, aporta quizá por vez primera un esfuerzo teórico serio y documentado para entender el devenir de la creación lírica en la región, origen, evolución y proyecciones. Es una referencia fundacional, que pese a la necesidad de una actualización, aún conserva vigencia e interés.

NUEVO MILENIO: “BIENVENIDA SEA LA POESÍA DEL FUTURO[10]

La llegada del nuevo milenio es la desmitificación definitiva. No nos limitamos a referir el desplome de la utopía democrática de una nación que se fagocita a sí misma ante la impavidez de los suyos. Hablamos también de un tiempo donde la única certeza parece ser el escepticismo o la fe a medias en un patriotismo vergonzoso que halló local respuesta en un regionalismo por momentos igual de trasnochado.

En ese contexto, la producción literaria regional ha estado marcada por varios fenómenos de sabor agridulce. El primero de ellos, la consagración de autores icónicos de dilatada y sostenida trayectoria -en lo estrictamente escritural y en su rol de gestores culturales-. Oyarzún, Barrientos y Formoso han consolidado obras personalísimas de indiscutible impacto, con alcances que traspasan las fronteras del territorio austral, dejando atrás una arraigada tendencia al ensimismamiento provincial e incorporándose al flujo editorial “oficial”, con gran repercusión crítica. Textos como El Cementerio más hermoso de Chile de Formoso, o la narrativa de predominancia histórico-social de Oyarzún[11], o la naviera fantástica, alucinatoria y paródica de Barrientos[12] –ambas, de innegable ADN lírico- han incorporado novedosas capas al entramado ficcional magallánico, propiciando nuevas –y a veces ácidas, críticas, desgarradas- lecturas de la idiosincrasia local, alejándose de la discursividad oficial y desmitificando la anacrónica épica de una región que, al menos en lo cardinal, hace rato corrompió su primigenia aura.

Por otro lado, se asoman nuevos autores con trabajos de interés, voces propias y abundancia de registros escriturales y discursivos. Se visibilizan a principios de siglo nombres como Niki Kuscevic, Cristian Soto, Alberto Aguilar, Reimundo Nenen, Patricia Ojeda, Mark Strauss y Claudia Aguilar, y más recientemente otros como Robin Vega, Carolina Yankovic, Rodrigo Mimiza, Pablo Cifuentes y Mariana Camelio, entre otra gente. La irrupción paulatina pero sistemática de estos y otros nombres -en su mayoría poetas, pero entre ellos también algunos narradores- augura buenas nuevas para una escenario regional que crece en calidad y heterogeneidad, y que instala estimulantes e incluso disruptivas señas discursivas que en buena hora tensionan un panorama por momentos demasiado aclimatado a la parsimonia.

Sin embargo, muchas de las carencias o amenazas de antaño parecen aún profunda, tristemente arraigadas al trabajo actual. Pienso, por ejemplo, en el escaso flujo editorial local y la ausencia de catálogos diversos, pluralistas y de calidad. Pienso en la necesidad de aglutinar un panorama que por razones diversas –geográficas, informativas o etarias- tiende a la dispersión, o en la pertinencia de publicaciones especializadas o la recuperación de espacios de difusión y afán pedagógico, como fuera el “Suplemento Literario” de La Prensa Austral [13]. La actual gestión de la Sociedad de Escritores de Magallanes ha realizado significativos avances en muchas de estas materias, pero al margen de su encomiable gestión, somos los propios gestores ligados al mundo literario quienes muchas veces carecemos de ímpetu, solidaridad o espíritu proactivo.

También sería adecuado poner sobre la mesa las orientaciones de la Feria del Libro Dinko Pavlov[14], cuyo impacto y convocatoria ha quedado en entredicho, sobretodo tras sus últimas ediciones. Es necesario replantear su estructura y logística, pero sobretodo su espíritu, pues se trata del gran -y casi excluyente- momento de encuentro regional en torno al libro y la lectura, y es preocupante el escaso protagonismo que la literatura magallánica tiene en su programación, o el decreciente impacto a nivel comunitario que suscita buena parte de su oferta de actividades.

Tampoco puedo dejar de nombrar la decepcionante Antología poética de ayer y hoy en Magallanes[15], compendio desprolijo y arbitrario –en el sentido más despótico del término- que evidenció la escasa rigurosidad y el estrecho abanico de nombres con que trabajó la extinta Editorial Municipal de Punta Arenas, que más allá de algunos específicos aciertos fue incapaz de pulir su función curatorial, cimentando un catalogo irrelevante y antojadizo. Si se aboga por profesionalizar el trabajo literario a nivel local, resulta esencial comprender que las arbitrariedades, la ocupación poco democrática de los espacios, los delirios de grandeza o los excesivos afanes de figuración -que tantas veces nublan iniciativas en teoría alentadoras- son prácticas dañinas que evidencian, más que altruistas y laboriosos acercamientos al mundo literario, desmedidas aspiraciones de validación social.


CONCLUSIONES

Por mientras, desde esta terra incognita aún se cartografía el gélido desplazamiento de los témpanos y los cetáceos eléctricos que le habitan. Cuando clarea divisamos, a lo lejos, apócrifos parajes que nos recuerdan espejismo que creímos en edad previa a la historia, y desde otro espejismo llamado escritura trazamos nombres para abreviar su distancia y su dolor. Aún hay, desde el epicentro de este terreno improbable, una paz que lucha por trizarse, una anomalía y una osamenta, o al final, una bandera que el 18 flamea al revés del viento recordando un limbo que llamamos patria, y que también es, a pesar de todo, un espejismo.



NOTAS


[1] Enrique Lihn, “Cementerio en Punta Arenas”.
[2] Inmigrante británico arribado a Última Esperanza en 1905. Escribió variadas crónicas sobre el paisaje, mitología y estilo de vida patagónico, las que permanecieron inéditas hasta finales del Siglo XX.
[3] http://www.g80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=13715
[4] Es lo que pasa, por ejemplo, en el café Kaweskar de Puerto Natales. En su gráfica publicitaria solo figuran Selk`nam con las ornamentas propias de la ceremonia iniciática del Hain.
[5] http://www.letras.mysite.com/egb300308.html
[6] Óscar Barrientos publica Espada y taberna en 1988, Pavel Oyarzún La cacería en 1989 y Christian Formoso Escrituras en 1993, junto al colectivo La Orden.
[7] http://letras.mysite.com/obar081213.html
[8] http://letras.mysite.com/al021111.html
[9] Poeta y narrador de Punta Arenas. Publicó La lira amordazada (1988) y La perra del vecino y otros cuentos (1993).
[10] A propósito de un poema de Pavel Oyarzún (1993).
[11] El paso del Diablo (2004), San Román de la Llanura (2006) y Barragán (2009)
[12] El viento es un país que se fue (2009), Quimera de nariz larga (2011), Carabela portuguesa (2013) y Dos ataúdes (2018, como parte del recopilatorio Saratoga).
[13] Separata que circuló desde 1982 hasta 1991.
[14] Que el 2018 tuvo su versión nº 22.
[15] El año 2016, siendo el octavo título de la editorial.