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No hay una literatura regional cuando ya no hay ni siquiera país, cuando la única historia es lo que ha visto la geografía y cuando cada ser humano allí es un sobreviviente de todo lo anterior. Algo así entiendo la poesía que se está haciendo en el sur del sur del mundo, en el extremo de Chile que más se parece a Chile: fragmentario, frío, desolado. Así, la Patagonia y, sobre todo, Punta Arenas, representan ese límite donde verdad y ficción se parecen porque su capital es el mar y el hielo y allí el tiempo está casi detenido, tiene otra velocidad, uno en que los muertos y los vivos pueden convivir como, por ejemplo, en El cementerio más hermoso de Chile, que es el nombre del increíble libro de Christian Formoso. En él la cosmogonía es también un apocalipsis y en ese marco se dan las pequeñas vidas humanas que somos todos frente a la de las montañas congeladas, los ríos como tormentas y los dioses tehuelches, yaganes, selknam que parecieran volver a despertar y a hablar a través de sus poetas. Sus noches sin dormir y sus lágrimas son y serán de igual modo las de Kooch para los mundos venideros. El libro nos recuerda que la conquista no es del hombre sobre el hombre sino sobre la muerte a través de la muerte y por eso siglo XVI y siglo XIX son incógnitas de una misma infamia antropológica. Lo mismo razas, religiones, procedencias, que en ese abismo, en ese non plus ultra, son colores que el cadáver recuerda como las monarquías, pacificaciones, dictaduras en un sueño blanco como los que tendrán luego con Mc Donalds y Líder inaugurados en Punta Arenas y escenificados por el poeta como parte de un reality "pionero/ al estilo de las grandes radionovelas/ de obreros y pioneros/ en los años 20/ en la Patagonia". En El cementerio más hermoso de Chile, con sus casi 400 páginas, los mausoleos, las lápidas, las lozas funerarias, son finalmente donde se escribe: una urgencia de la última palabra en el último rincón del mundo y el último momento sabiendo que siempre se trata de un comienzo que no veremos. Lo que allí acaba también allí comienza y lo que quede de siglo tendrá que ver más con esas aguas que con nuestras tierras.
Otro libro notable y alucinante es Trapalanda de Miguel Eduardo Bórquez, publicado cinco años después que el de Formoso. En él ya no es el cementerio el puente entre lo real y lo más real del sueño sino esa urbe imaginaria que también llamaron en su momento Ciudad de los Césares. En sus trescientas páginas el poeta habla a través de esos sueños y la historia del presente es contada por sus únicos testigos posibles que son los muertos y quienes ya murieron en vida desde los "truhanes de Castilla" hasta los chicos perdidos en la pasta base o incluso más allá, desde el Neandertal y los sapiens hasta quienes leemos estas palabras por internet. Trapalanda como la versión austral de El Dorado o la propia Atlántida es también una profecía sobre la ambición de lo humano que es el límite que lo devuelve a las piedras, a ese Adán "paleoindio" no en los ríos del Paraíso sino en la Tierra del Fuego. Con su voluntad de prehistoria nos permite leer el más estricto presente y no solo de una ciudad o una región sino que de la humanidad completa que cada vez más regresa a la trashumancia y la recolección como formas de vida y de muerte, de precarización neoliberal y de autosatisfacción digital por donde camina, entre otros, el "Cristo Nazareno de las Pampas" y "la ciudad que deliraste/ desde los colgajos de increíbles vastedades/ desde tus esquinas con millones de huesos/ y nudillos gástricos". Ambos libros me son fundamentales en la poesía chilena del siglo XXI y debieran leerse en el contexto latinoamericano porque la Patagonia y el finis terrae, insisto, son un vaticinio que en la poesía halló su primera advertencia. Si tuviera que hacer una lista con los 10 libros que considero más importantes de la poesía chilena de este último tiempo, sin duda, El cementerio más hermoso de Chile y Trapalanda estarían allí.
Héctor Hernández Montecinos (Santiago, Chile, 1979). Licenciado en Letras, Doctor © en Filosofía mención Estética y Teoría del Arte (Universidad de Chile), y en Literatura (P. Universidad Católica de Chile). A los 19 años recibió el Premio Mustakis a Jóvenes Talentos. A los 29, el Premio Pablo Neruda por su destacada trayectoria tanto en Chile como en el extranjero. Ha sido becario del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, de la Fundación Pablo Neruda, de la Fundación Andes, del FONCA (México), AECID (España) y de Conicyt. Es el compilador de los dos tomos de 4M3R1C4: Novísima poesía latinoamericana (2010 y 2017) y Halo: 19 poetas chilenos nacidos en los 90 (2014). Apareció, entre otros libros, en Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (2010) de Pre-Textos y El Canon Abierto. Última poesía en español (2015) de Visor como uno de los 40 poetas “más relevantes de la lengua española nacidos después de 1970”.
La literatura escrita en provincia y lejos del centro de poder de nuestro país es el tema en torno al cual se realizará el IV Congreso de Escritores “Pueblos abandonados”, organizado por el colectivo del mismo nombre y que, por primera vez, se realizará en modo virtual desde Punta Arenas.
El evento se realizará durante los días 25, 26 y 27 de marzo, y está organizado por la Red Patagonia Cultural, que agrupa a las Universidades de Magallanes, Los Lagos y de Aysén, con el apoyo del Espacio Cultural “La Idea”.
Uno de los organizadores del encuentro, el escritor y académico de la Universidad de Magallanes (Umag), Oscar Barrientos, declara como objetivo de este congreso el ayudar a restablecer el lazo que los escritores tienen no sólo con su territorio, sino también con su paisaje social. “En tiempos donde el país está tratando de forjar un destino, se requiere el rol crítico de la literatura como un registro de nuestra subjetividad, de manera particular cuando emana de esos espacios castigados por la mirada unilateral del centralismo. En este congreso, nos encontraremos con reflexiones y lecturas que aportarán a redescubrir y enriquecer lo que se produce en lugares distantes”, explicó.
El colectivo “Pueblos abandonados” se formó en 2009, como una iniciativa de escritores del Litoral Central, el Maule, el Norte, Chiloé y la Patagonia. Fue constituido, originalmente, por autores como Marcelo Mellado, Mario Verdugo, Oscar Barrientos Bradasic, Daniel Rojas Pachas, Cristóbal Gaete, Claudio Maldonado, Rosabetty Muñoz, Cristián Geisse y Cristián Vila Riquelme, entre otros. Realizó encuentros literarios en San Antonio, Valparaíso y Talca.
Reseña originalmente publicada en periódico El Insular de Chiloé
Lo primero es el lenguaje, las palabras se suceden en un ritmo envolvente que va construyendo un cuerpo en contra de las recomendaciones de Huidobro: lo hace a punta de adjetivos. El caudal de imágenes que apenas deja espacio para ir acomodándolas al propio entendimiento, se inicia sin mayúsculas y forma bloques feroces donde se amasan citas de canciones en inglés, fragmentos y personajes de series gringas, de películas, de cultura pop muy contemporánea. Hay páginas que lucen un solo verso. Otras que contienen una cita en inglés. Otras vociferan en negrita, la necesidad de clavar en la página las formas creativas de la luz. O se despliegan versos, líneas de entrecortada recopilación de horrores / dolores. Toda esta exploración en 85 páginas ¿Para decir qué? La fragilidad de la biología, la violencia antigua que se ha anidado en el territorio no sólo geográfico, sino mental.
La voz lírica es femenina. En ella se contiene —a mi modo de ver— la patria, la poesía, la idea de mujer en una trama cruzada por el erotismo, la violencia, los fluidos de origen, la ocupación sucesiva de los poderes sobre estos organismos que no logran despegarse de un devenir cruel / castigador. Esta voz arrastra residuos de pariciones, de fallidos alumbramientos, de violaciones, muerte y, a la vez, baila sumándose a la trivialidad de la televisión “la locura consagró mi tormento”. En el torbellino, reconocemos crímenes antiguos y algunos recientes; el fuego como tortura, el sexo como una forma de someter y despojar más que como la posibilidad de participar del universo en tanto creación de vida. No hay placer en esta narración poética, se asiste más bien a una fragmentación vertiginosa de un tejido que termina en una bolsa, quemado, amarrado con alambres en una sucesión de imágenes que reconocemos como obra de la reciente dictadura, como si cerráramos diciendo que nuestra huella en el universo (nuestro polvo de estrellas) está signado por las heridas, el horror. Uno podría aventurar que ya entró en ignición este país, esta manera de mirar a las mujeres, esta poesía y que lo siguiente será seguir viéndolas con un brillo a costa de estar ya, muertas.
colapsar los ápices de la evidencia, el caparazón de la oquedad o de un tórax expuesto de par en par tras la transparencia, tras el sofocante quejido de un animal exhausto. incendiar campos de coníferas flotantes, pasar de bosques con delicadas medusas como montañas paleozoicas o estáticos oleajes. merodear el núcleo del cielo con mordiente esperanza hasta caer y romperse, emular el golpe de la caída en el dolor de la caída y con la cabeza en una bolsa de nylon oprimir lo que queda de día o lo que queda de noche, habitar de vuelta la inocencia hasta ver peces koi voladores y asfixiar un poco el miedo
que es más bonito a medida que se agiganta
La aparición de un buen libro de poesía siempre es una noticia feliz, un sorpresivo ademán del transcurrir humano que plantea la permanencia del carácter revelador del lenguaje, a pesar de ese constante naufragio comunicativo que acusaban los dramaturgos del absurdo. Probablemente ese aserto adquiere una doble significación cuando el poeta tiene como lugar de producción los distantes territorios de Última Esperanza (también podría ser Twin Peaks), la apropiación de una geografía tan monumental como intimidante. Eso ocurre con la escritura del magallánico Miguel Bórquez.
Su presencia en nuestra literatura no es nueva. Nos habíamos encontrado como lectores con sus incursiones poéticas en libros Poesía soundtrack (2009) y Trapalanda (2013). Hoy, sale a la luz un nuevo proyecto que ensancha y complejiza su imaginario, que vitaliza su compromiso con la palabra poética. Nos referimos a Chilean stardust (Ediciones del país flotante, 2021)
Es un libro que ante todo apuesta por la poesía como un proceso tan dinámico como la propia conformación del idioma, que se mueve acrobáticamente entre lo inabarcable y lo minimalista, entre el uso deliberado del verso en el sentido más clásico del término y la configuración de lo prosaico, entre la idea de viaje conceptual y las secretos hilos metálicos en los cuáles el idiolecto sustenta sus más desgarradores paradigmas. Allí viven, en palabras del poeta “la envergadura del amor”, “la lacra milagrera” o lo que puede resultar más elocuente, “la gramática de otro cielo”. En ocasiones, da la sensación que la cuerda tensa del lenguaje arroja un sonido que es de este mundo y que por lo tanto humaniza e historiza aún más sus versos: “por qué papá le partía las costillas a mamá/ si en nochebuena cantaba ella/ singladuras antiquísimas de dolor y rabia,/ por qué al niñito Jesús del rouge/ en mi orificio lo limpiaban si venía/ salpicando sangre/ con sus breves muñones en lugar de manos”.
Si bien el país que vive en sus líneas es aquella carga de violencia y coerción que legitima la costumbre siempre heredada y domesticada por los conservadurismos, el hablante de estos textos no teme apostar por el dialecto, por los demonizados sustratos del devenir histórico. La dictadura no es solo el triunfo de la perversión, sino también es la madre de ese imbunche llamado democracia de los acuerdos. El poeta despliega esa dimensión atronadora donde el lenguaje parece reivindicarse con la historia y luego estalla en la cotidianidad del castigo, aquella que sustenta femicidios, torturas y opresiones “entonces jugaron a besarme en la boca y no quise,/ mis adentros dije nunca no/ y por eso mi cuerpo malherido lo arrastraron/ para escarmentarlo,/ para serme colgada un inútil balbuceo/ fraguando mis demonios/ en querosén y tecnicolor”.
¿Qué es nuestra chilenidad sino un polvo de estrellas? Es decir una constante fragmentación que no logra dilucidar su ambición hegemónica y que en su dispersión se lleva también la resaca de todo lo sufrido. El libro de Miguel Bórquez justamente explora esa dimensión donde la purificación de un lenguaje homérico y total se desgrana ante lo aspectual, ante la urgente particularidad de un territorio donde lo meridional entrega una mirada diferente.
Creemos con firmeza que Miguel Bórquez es un poeta de enorme factura, en plenitud de sus recursos y del cual esperamos, en el futuro, libros tan estremecedores como el que hemos comentado.
… /o mis proletarias vertebras como mapas trazando la envergadura del amor/. (pág. 43)
…/emular el golpe de la caída en el dolor de la caída y con la cabeza en una bolsa de nylon oprimir lo que queda del día o lo que queda de noche, habitar de vuelta la inocencia para ver peces koi voladores y asfixiar un poco el miedo/… que es más bonito a medida que se agiganta… (pág. 45)
…/corazón a corazón como una tumba abierta al amor aquí narrado o como una supernova rezagando hacia adentro las cólicas estrías de su hundimiento. Naciste par inmolarte o para combustionar espontáneamente, y de durar duraste demasiado…aún otros abrasaran su rabia a la aciaga quimera que en el fondo es no morir…/ (pág. 55)
…/cuando papá la molía entera ella me llamaba —flema verdosa, querida avidez— y buscaba yo en el suelo del baño sus dientes para servir desde allí la hinchazón de su matriz…/ (pág. 71)
Yo voy al encuentro de los árbolesy fotografío aquel árbol que me llama.Es como ir al encuentro de un maestro.Takeshi Shikama
es como si el alma de los árboles se esfumaradesde sus roídos troncosporque el invierno rechaza su colorido vigoro como si sus ramajes fueran los brazosen sepia de mis futuros muertos-padres hermanos e hijos-los brazos de una presencia inasibleque se agiganta a medida que se abreviaomitiendo la luz de lo que esla fotosíntesis de su natural reflejodesde un limbo suavedonde estar o no estarsignifican sin querer lo mismo
ayayema: cetáceos nucleares por krakenes de plomo (fragmentos)como en fitzcarraldo una minga de aborígenes con los genitales pixelados emplaza con gran dificultad un faro en mitad del bosque. la oscuridad es creciente, la ignición nocturna de su flora y fauna despliega vahos que opacan el perímetro pausando la expansión de sus reflejos. sólo un estado de lucidez total permite dejar de entender los objetos y seres que le rodean. vaciar el paisaje de cualquier referencia altera el punto de vista de quien lo contempla hasta atisbarlo igual en cualquier ubicación. aparecer y desaparecer son matices de un mismo procedimiento estético. en primavera los zorzales se estrellan contra la ventana, en otoño se vuelven invisibles o anidan en espacios imposibles de rastrear. su ausencia es como el silencio que precede al llanto de un árbol recién nacido. el faro enciende sus neones para verlos en un bosque devastado por la turbiedad, encandece en ráfagas intempestivas que esfuman con lentitud a los ahorcados de primaveras pasadas. la desproporción de su mortuoria performance lo abstrae de otras agrestes y vanas experienciasgirl, you'll be a woman soon (fragmentos)infieles inviernos te han desteñido el pulso y la lengua, la noctámbula plagiaria mueca cuya ceniza fermentas desde los vértices de una patria steampunk codificada en sueños húmedos y cíclicas clarividencias que se extinguen o avivan según criterios imposibles de narrar sin caer en el autoengaño. cae la noche y en las afueras de la city las parejas tiran sobre mantas cuadrillé, lxs empaques del supermercado fuman cripy y lxs suicidas se cuelgan de árboles como el que ahora observas pensando por qué desde chica vienes tan proclive al llanto. las luces de la copec, los autos y los semáforos desde lejos parecen ilusiones ópticas, su contemplación prolongada propicia estados alterados de conciencia. las cosas que amas las conoces por su ausencia, por las coordenadas de una rabia que se enraíza con fuerza a tus más remotas osamentas hasta volverte macabra y llorar de tan poquita cosa entre la gente
divagar al revés de lo histérico semejando en su cascarón de marfil la belleza primera del átomo, del resplandor tras desgarrarse la finitud de su manantial áureo y asir la tierra con maternal ilusión. a lo lejos una observación estática desde el parabrisas y un alto en la ruta para comer un sándwich y emocionarse con la bandera y los coironales, y desde allí alucinar coloridas e intransitables autopistas. todos los días arde una porción del amazonas, se seca un cordón lacustre en marruecos o se derrite un glaciar en groenlandia; hay criaturas acorraladas por un daño multifactorial y obsceno que no enmiendan los viejos hipocampos del tiempo, pequeñas proezas humanas que se adhieren a la ficción de apellidos, hogares y países que no perdurarán más que en ciertos soportes análogos. por eso se recopilan con afán antropológico miles de cintas de video con escenas distorsionadas y elípticas de bautizos, primeras comuniones o paseos al campo con tonos blanquecinos y motivos montañosos: todas son iguales, todas narran sin saberlo la novela patria. hay unos escolares vertiendo el mercurio de un termómetro en sus labios antes del primer beso y un cordón umbilical anónimo enterrado en cada quinta junto a perros y gatos muertos. para sobrellevar tanta mierda una dosis dominical de urbanidad y aleatoria lascivia, para cautelar lo normal y perpetuar lo auto flagelante precisando un eco convergente sin raíz ni esperanza. de amo a vasallo las instantáneas de la pacificación de chile, su ecléctica flora y fauna y los paisajes del sur –fiordos, estepas y lodazales- resplandeciendo borrosos rayos gamma y restos cutáneos que otros acabarán llamando casa. los pirómanos vuelven a deambular el suburbio para incendiar autos por la noche mientras las familias planifican un pulmay de viernes santo. el tiempo es un síntoma pero la enfermedad es otra. no hay más naturaleza, ya no hay fotosíntesis secante para el mar. la ecología primaria de los herbívoros que pastorean polietilenos declina, los refrigeradores y plasmas se apilan aleatoriamente hasta moldear un mamarracho que llaman chernóbil, que antes lo llamaban chile
ya no puedo escribir la envergadura del paisaje
cuál yacer que nombras pasado el terror de este burdo found footage que ahora transcribes, la nocturna cadencia del deseo atómico devastando tu cuerpo como un iceberg compactado bajo la tierra. ya no hay nada en lo que eres, ya no hay sentido en lo que haces. has llegado hasta aquí como cualquier mamífero menor trasladado por el azar y lo sabes, lo piensas como el moribundo piensa ajena su infancia viendo como una retroexcavadora descubre cuerpos al parecer humanos en el patio del colegio. tu mundo interior vale mierda y el fascismo es un yugo atroz que aún te pesa, que aún doblega tu frágil espalda y te rompe. habrá un relato más común? podría imaginarse una vida más ordinaria?
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pero la rotura a veces es parcial y tras ella sueñas algo que podría ser un gulag o el patio de una cárcel en chile o europa del este. es una visual opiácea que avanzas y retrocedes al mismo tiempo, entrando y saliendo de un vasto perímetro donde ves púas rojeando sangre de otros que no te importan y un apilamiento de cuerpos que te resulta familiar pero no perturbador. habitas la inminencia de la muerte como una simple frivolidad. a veces dentro de ése sueño sueñas que los cuerpos no son cuerpos sino hortalizas y que es tuyo el trabajo de quitar las babosas e insectos que les dañan. el verdor y la humedad de ese nivel onírico contrasta con la aridez del estado anterior y lo compensa, pero es una sensación breve y engañosa. vuelves a tu primer trabajo, que es arrancar tapaduras de oro e incinerar huesos. a veces despiertas a medias sintiéndote enfermo y asqueado. otras veces no despiertas, aunque en el sueño quieras creer que si
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tampoco comprendes cómo se empieza a morir, por eso blasfemar y jurar te da lo mismo. piensas la lluvia de amoníaco como la antesala al desborde de una paz irreal y sombría cuya perpetuidad no podría sino enfermarte como enfermabas cuando niño, cuando afiebrado faltabas al colegio y delirabas algo creciéndote adentro, un alien, tumor o cuerpo extraño que en cualquier momento te destrozaría el tórax para infestar la casa. cuando te sentías mejor replicabas en cuadernos bocetos de monstruosas entidades biomecánicas y de noche soñabas la nostromo estrellada a mitad del bosque mientras un liquidador toca claro de luna en theremín (instrumento que conociste en esos sueños y no antes). cómo no desvariar con tanta mierda? algo irreal te crecía en las entrañas y lo sentías, una especie de fetus in fetus en que lo otrote jalaba desde un sistema nervioso brusco y atrofiado. y siempre así hasta hoy: ciencia ficción en latencia, alarmas de una tercera guerra mundial y señales como de fétidas crisálidas rajándose
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hay interferencias en el vocabulario que traducen por ti las rapiñas del chernóbil americano. es aleatorio su aritmético armazón que solo exhibe limitadas dimensiones del error que ves. entre la región subántartica que habitas y el polo hay japonesesarponeando cetáceos (firmaste una causa en charge.org para frenarlos) y un isla de electrodomésticos y chatarra informática que ya es tan grande como un país. eso es lo que ves cuando quieres ver y preguntarte cuántos tiempos hay en el tiempo que te sobra. tanta nigromancia, tanta autocompasión y mierda new age para ocultar que a dónde ibas –después de todo- ya no llegaste
fijar aquí la fotosíntesis del cielo
piensa los pequeños o gigantes signos cancerígenos que hay –o podría haber- en los osos y otros cuadrúpedos mayores del soviet, en los pudúes y pequeños cérvidos sudamericanos. recapitula sintomatologías y dibuja en croquis especímenes sanos y otros enfermos. reflexiona: cuánta hostilidad o asco sentiste al diferenciarlos? ahora hay un ejemplar de ambos (una especie de holograma o proyección virtual) olfateando el humus o tomando agua en el rio dniéper o el baker, evocando –como todos- su lactancia antes de caer deshechos. supón la fealdad que ostentan como un fuego vertebral y sucio que les abrasa desde los intestinos, como un milagro patógeno que sin decirlo compartes. la naturaleza es una divina arcada.
todavía añoras que lo bello es regresar?
todavía crees que lo anómalo es morir pero fingir que no?
textos originalmente publicados en Letras.mysite.